A dos años de que algunas universidades e institutos en Chile comenzaran a recibir a la primera generación de alumnos con gratuidad, ya sabemos unas cuantas cosas sobre ellos. En primer lugar, que no hubo una gran deserción, como se especuló en un comienzo: el 87% de ellos siguen avanzando en sus estudios, frente a un 79% de los estudiantes que pagan. Uno de cada cuatro estudiantes de educación superior hoy estudia gratis: 262.160 alumnos en total. de ellos, el 64% está en la universidad, y el resto está repartido entre institutos y centros de formación técnica. Un 36% viene de liceos, el 59% de colegios particulares subvencionados y sólo un 3% de privados. Eso dicen algunas de las cifras. Lo que no dicen es quiénes están detrás: cuáles son sus esperanzas, sus frustraciones y qué obstáculos los separan de aprovechar una de las mayores oportunidades que recibieron en sus vidas. Estas son las historias de diez estudiantes a los que Chile les dio la posibilidad de estudiar gratis. Esto es lo que tienen para decir.
BRUNO CHACÓN,
22 AÑOS, ESTUDIANTE DE DERECHO, UNIVERSIDAD DE CHILE. CIEGO DE NACIMIENTO, ENTRÓ POR ADMISIÓN ESPECIAL.
Yo nací sin poder ver. De pequeño siempre opté por vivir el día a día, no preocuparme de qué iba a venir después. Eso siempre me pareció lo más fácil en una vida como la mía. Pero después pasé a la media y entendí que debía tener un plan. Sabía que tenía que estudiar, aunque no sabía muy bien dónde o cómo lo haría. Sólo sabía, ya cuando quedaba muy poco para salir del colegio, que quería ser abogado, pero no mucho más.
La primera vez que postulé, en 2015, no quedé por admisión especial en la Universidad de Chile, ya que los cupos eran muy pocos. Pero en 2016, cuando volví a intentarlo, justo se estaba empezando a implementar la gratuidad. Mi mamá, que trabaja como traductora de inglés, y mi papá, que traslada pacientes en el Hospital del Trabajador, no podían pagar mis estudios. Probablemente, como muchos otros, me hubiese tenido que endeudar. En ningún momento ellos me dijeron que no podía estudiar, pero yo sabía que iba a ser muy difícil.
A pesar de que estuve en el Lastarria, un liceo que busca prepararte para lo que viene después, la exigencia en la universidad nunca se logra dimensionar del todo, especialmente para nosotros los ciegos. En la biblioteca hay un escáner que lee automáticamente el texto y lo transforma en un audio para que podamos estudiar. Pero si no existiera eso, nos quedaríamos sin leer. Creo que la universidad y la sociedad han avanzado mucho en ese aspecto, en comprender que los ciegos también podemos estudiar.
Yo creo que es imposible olvidar el momento en que uno se da cuenta de que tiene la gratuidad. Porque es un alivio para todos. Recuerdo que en esa época estábamos solos con mi mamá, y mi papá nos ayudaba con lo justo para poder subsistir con mi hermana. Para mí era terrible pensar cómo lo íbamos a hacer porque ellos querían que yo estudiara, y yo también sabía que tenía que hacerlo. Pero sin la gratuidad yo no estaría acá.
En Qué Pasa, pueden leer la historia de los demás: Enlace
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